domingo, 14 de septiembre de 2014

El eclipse del homo sapiens

14/Septiembre/2014
Confabulario
Giovanni Sartori

Prefacio

Siempre sostuve que la ciencia política en particular, y las ciencias sociales en general, deben ser, o intentar ser, disciplinas predictivas, capaces de prever: Science for what? Precisamente para guiar la acción. Pero en este mi último escrito, con la fortaleza de mis noventa años, intentaré recordar algunos de los acontecimientos que viví y en los cuales inclusive estuve implicado en primera persona.

I. Sociedad industrial

Malthus, quien fue poco leído y mal entendido, aún vivía en una sociedad agrícola. No existían las máquinas, la economía era total y solamente producida por el trabajo manual, cuando mucho auxiliado por el buey que jalaba el arado. La invención de la máquina transformó la sociedad agrícola. La oposición de los llamados luditas fue feroz. Pero al principio lo fue sin razón. Las máquinas requerían más máquinas, y por ende generaban nuevos empleos. Hasta el momento en que el mundo se saturó de máquinas que se reproducían por sí mismas. ¿Y entonces? Entonces se inventó la sociedad de servicios.

II. Sociedad de servicios

El equipo de sociólogos que inventaron esta nueva sociedad era de alto nivel mental y cultural. Los conocía bien a casi todos, y los respetaba. Nunca entendí con claridad si la sociedad de servicios fuera en verdad un descubrimiento o un alarde. Quizá un poco de ambas cosas. Yo la entendí como una forma de resolver el desempleo generado por la sociedad industrial. Al principio, el hallazgo fue genial. Sin embargo, creó, como se podía prever, un ejército de burócratas en constante aumento y siempre más improductivo. Como ya escribí en el lejano 1993, la enfermedad se curó con un remedio peor.

III. La Gran Marcha

También la sociedad de servicios tenía que explotar. Fue transformada en la ideología de la globalización. La Unión Europea de los primeros siete Estados constituyentes estaba impulsada por las mejores intenciones, pero se transformó paulatinamente en una extensión de la sociedad de servicios, a la cual se otorgó un nuevo espacio en el nombre de la globalización, que a su vez se convirtió en la nueva consigna. Así nacieron Siete Estados indefensos: no más aranceles, no más protección, puertas abiertas a todo el mundo. En realidad, la noción de Estados unidos o confederados se desarrolló más que nada como una burocracia ulterior, siempre más invasiva y penetrante. Obsérvese que el Estado de los Siete, abierto e indefenso, es único en el mundo. Los Estados Unidos se sienten autorizados hasta nuestros días a imponer protecciones arancelarias. Sólo los Siete se extendían y querían ocupar un nuevo territorio. Así, hoy han llegado a rozar inclusive a Rusia. Cuando la Unión Soviética se atrevió, en Cuba, a rozar la zona de influencia de los Estados Unidos, todo el mundo hostigó a Cuba, todo el mundo apoyó la reacción del presidente Kennedy. Sin embargo, Cuba era un Estado soberano, libre de instalar bases de misiles en el ámbito de su propio territorio y en los límites de sus aguas territoriales. Todo gran Estado tiene derecho a su propio espacio de seguridad. Al contrario, hoy nos hallamos frente a una Unión Europea siempre más ávida de espacios de acción e intervención, y que quisiera que Rusia se resignara a perder Ucrania, que habla ruso. Como ya dije, la Unión Europea busca siempre más espacios para su burocracia. Ahora quiere llegar hasta la frontera de Rusia. Y, nótese bien, con armas casi descargadas. Aún así ya no tolera ni siquiera zonas de colchón, zonas de respeto.

IV. La gran comilona

Si la economía industrial está muerta, ¿qué es lo que queda? Queda la economía financiera. Se trata de dos cosas muy distintas entre sí. La economía financiera es una economía especulativa. Inevitablemente su mercado es el mundo. Y los nuevos economistas se lanzaron tras esta nueva pista, donde se puede ganar un montón de dinero, especulando y manipulando el cambio de divisas. Hoy nuestros economistas son todos de esta clase. Nuestros políticos los contratan como consejeros y pagan generosamente sus servicios. Pueden acumular grandes números, moviéndose con destreza entre patrimonios enormes. Y por lo tanto inventan trampas y artilugios de todo tipo (como el verdadero fraude de los llamados derivados). También gracias a las cadenas de televisión, en las cuales mangonean.

¿Y luego? Luego nada. Recomiendan endeudarse, prometiendo nuevos milagros a quienes les recuerdan que las deudas al fin y al cabo hay que pagarlas; además predican que si ya hay recesión (tal y como la hay), esta desaparecerá el próximo año, o al año siguiente. Y a quienes a diario pierden su empleo, les prometen que van a conseguir otro. ¿Cómo? Es un remate de sueños, que se utiliza repescando del repertorio de la economía a la antigüita. Y no es casualidad. Pero no es cierto que el vendedor ambulante no daña la economía; para cada vendedor informal que se afirma, se cierran con un ritmo impresionante las pequeñas tiendas, que tienen que pagar una renta y también uno que otro impuesto. Por uno que se salva, cien tienen que hundirse. Menuda recuperación, por cierto.

V. La Iglesia suicida

El recuento de la historia de la encíclica Humanae Vitae externada por el papa Paolo VI se hizo muchas veces. Es bien sabido que el Papa reunió a los mayores teólogos de su tiempo, quienes concluyeron que no estaba basada en la doctrina. Ya Tomás de Aquino distinguía tres tipos y etapas del alma: el alma vegetal, el alma animal y, finalmente, el alma humana. La tercera alma podía llegar más tarde, aun después de nacer. Entonces la doctrina tomista distingue tres almas diferentes en diferentes etapas. Sin embargo el Papa, en contra de la opinión de sus teólogos, actuó arbitrariamente. Claro está que las encíclicas no son doctrinas infalibles de la Iglesia, sino que también se pueden olvidar y dejar caer. Empero, los últimos papas no sólo defienden la Humanae Vitae sino que extienden su aplicación. El papa Francisco es agradable y hace bien en querer desmantelar la curia romana, pero pasa por alto las masacres cometidas por los cristianos y prefiere mantenerse entre los “suyos”. Lanza llamados ya obsoletos y no permite anticonceptivos ni píldoras del día después. Claro, casi se me olvidaba que estamos en la edad de la globalización. Quizá los últimos pontífices no saben que sunitas y chiítas (en el mundo islámico) se masacran recíprocamente desde hace más de mil años.

VI. La colonización sin sentido

Cuando los Estados europeos colonizaron África decidieron arbitrariamente su repartición. Sentados alrededor de una mesa, marcaron con la regla en la mano quién era quién y qué le tocaba a cada quien.

La operación se hizo con la regla en la mano (con la excepción de Congo belga, que fue adquirido por el rey Leopoldo II). Pero el criterio fue: un tanto para ti y otro para mí.

El resultado es que las fronteras marcadas por líneas rectas son una absurdidad. Y en efecto, los Estados creados a partir de esta absurda división y repartición nunca se concretizaron. A veces fomentaron y aún fomentan conflictos, pero esta historia acabó así.

VII. El regreso al tribalismo

Con la excepción de pocos casos ya olvidados y borrados por la historia, el mundo real se está desmoronando cada vez más, y así está volviendo a sus orígenes. Desde que el hombre pre-sapiens bajó de los árboles, su organización espontánea fue la tribu. Unas enemigas, otras afines, pero el jefe siempre fue el más anciano. Cuando fallecía, el mando pasaba al anciano sucesivo, y cada tribu se distinguía por colores diferentes, fiestas diferentes, costumbres diferentes y plumas sui generis. El homo sapiens duró poco, muy poco, y el mundo está tendiendo a deshacerse cada vez más, para volver al hombre pre-sapiens.

Conclusión

Como ya escribí hace tiempo en Homo videns, la ciudad liberal-democrática se basa totalmente en la capacidad de abstracción, en conceptos que no se ven (que sólo se pueden concebir), y que no se pueden hacer visibles. Dicha capacidad de abstracción es destruida por la televisión y el mundo de la red, por los cuales existe sólo lo que se ve. El llamado “siglo corto” ha sido cortísimo.

Edición de Jorge Islas, con la traducción de Sabina Longhitano y la participación de
Fernanda Hernández

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